martes, 1 de septiembre de 2020

Un Sueño de un Juego de Números

 

 

Una noche me acosté muy cansado, porque había sido dura la jornada de trabajo por esa época, y cuando me acosté me quedé dormido profundamente... y mientras dormía soñé con números. 


Ellos estaban jugando un juego que no recuerdo ya. Pero lo que si recuerdo es que me invitaron a jugar. Me dijeron: “¡Ven y únete a nuestro juego!”. Yo acepté sin asentir y me reuní con ellos.




El uno se me acercó y me dijo “yo siempre estoy sólo, pero puedes confiar en mi”. Luego el dos se quedó mirándome y, aparte du su mirada rara, tenía una voz grave que cambiaba por momentos volviéndose aguda. Me dijo que a partir de él surgían las cosas y que de no ser por él no existirían los juegos.
Estuve jugando un rato con ellos, pero no me sentía muy cómodo. Desde mi interior había algo me decía que difícilmente podría entenderme con ellos. Pero también pensaba, y tenía la esperanza en mi interior, de que tal vez lograría comunicarme con alguno, y hasta comprender sus deseos y sus destinos; de manera que continúe jugando.


Rápidamente el tres se me acercó, pero no dijo nada. El cuatro llegó con su voz zalamera, me saludó, me aduló y me contó que hacía días ya que no conseguía pareja. El cinco estaba distante; siempre soberbio y seguro de sí mismo. Con el seis la cosa fue totalmente distinta; me contó sobre su vida, sobre sus relaciones, sobre cómo había tenido muchos amores y se sentía pleno. El siete por su parte se paseaba de un lado a otro… tan inexpugnable como siempre. 

El siguiente número me habló tranquilamente de sus cosas. Que iba por la vida de un lado a otro siempre sin afanes. Que no encontraba estabilidad en las relaciones amorosas. Que anhelaba vehementemente encontrar un punto fijo para ya no fragmentarse más y otros muchos asuntos.

Así transcurrió la tarde. Aunque a veces era de noche y de tiempo en tiempo me encontraba en el amanecer.

Cuando ya menos me divertía, decidí yo mismo acercarme al nueve y lo saludé... pero él tenía muchos problemas. Se enredaba. Se encogía. Se volvía sobre sí mismo una y otra vez y luego tropezaba con su propia sombra. No me quiso contar nada y sólo se limitó a saludarme con una venia. 


Cuando ya estaba a punto de abandonar el juego, pensativo y agotado por el intenso ajetreo, apareció el número x. “Yo no tengo personalidad” fue lo primero que dijo. “Actuó como cualquiera de ellos por un momento y luego puedo cambiar”. “Mi vida es muy difícil”. “A veces me siento raro, como si no fuera yo mismo”. Confieso que me dio pena por él.

Por último, escuché que alguien me hablaba, y aunque nunca logré verlo, el cero me dijo tímidamente: “No te me acerques porque yo no soy nada, porque estoy en todas partes y en ninguna a la vez y porque no tengo nada que decir”. Y en ese momento me desperté.
FIN
  

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