CAPÍTULO 1 – LA TRAGEDIA
Carlos vivía con sus padres en una granja. Su mamá se
llamaba Claudia y su papá Luis. Era hijo único. Sus padres eran dueños de la
granja y aunque no tenían mucho dinero, eran personas muy trabajadoras y
ordenadas, por lo tanto, su granja era muy productiva. Nunca habían pasado por
grandes dificultades y la familia gozaba de una vida más bien cómoda. Carlos
por supuesto se había criado muy consentido y nunca había tenido que trabajar
porque todo lo que necesitaba se lo proveían sus padres.
A los dieciséis años de edad, luego de terminar la
secundaria, sus padres querían matricularlo en la universidad para que estudiara
una carrera profesional. Carlos, quien era muy inteligente, pero bastante
perezoso y rebelde, decidió que no quería ir y les dijo que ya llevaba muchos
años de su vida estudiando y que necesitaba tomarse un receso. Sus padres se
molestaron al principio con la idea e intentaron disuadirlo, pero ante la
negativa del muchacho quien se mostraba totalmente determinado, no tuvieron más
remedio que aceptar; porque generalmente ellos solían satisfacer todos los
caprichos de su hijo.
Carlos tenía muy pocos amigos, casi nunca iba a
fiestas y en muy raras ocasiones salía con ellos, porque era bastante introvertido
y debido a su naturaleza de holgazán prefería permanecer en casa la mayoría del
tiempo. Como no estudiaba ni trabajaba se la pasaba escuchando música, viendo
televisión y especialmente durmiendo. A veces por las tardes se ponía a practicar
y a cantar con una bulliciosa guitarra que su tío Jorge - el único familiar con
el que mantenía un trato cercano a parte de sus padres y quien lo estimaba
mucho- le regaló precisamente cuando culminó los estudios de secundaria.
De esa manera pasó un año entero. Entonces sus padres
volvieron a insistirle para que estudiara, pero de nuevo él se opuso
argumentando que necesitaba tiempo para aprender a tocar bien la guitarra y
para sus cosas. Ellos se enojaron mucho y tuvieron una discusión, pero entonces
él les prometió que fijo para el año siguiente entraría a la universidad y,
aunque no estuvieron muy de acuerdo, no tuvieron más remedio que aceptar.
Así pues, continuo Carlos llevando una vida
desordenada, desprovisto de cualquier responsabilidad y llevando la misma
rutina de siempre: dormir mucho, escuchar música y hacer ruido con la guitarra;
en eso consistían sus actividades. Muy de vez en cuando iba a hacer algún
recado que le encargaba su mamá, pero eso era todo y de ese modo transcurrió un
año más.
Hacia finales del año siguiente decidió cumplir su
promesa y acepto por fin que sus padres lo matricularan en la universidad para
estudiar matemáticas, porque resulta que tenía una gran habilidad con los
números. Toda la familia estaba muy contenta por la decisión de Carlos y, casualmente,
justamente por esos días era la fecha de su cumpleaños número 18. Sus padres
decidieron entonces hacer una fiesta para celebrar, no solo por motivo de su
cumpleaños sino por su inminente ingreso a la universidad.
Invitaron a familiares y amigos e iniciaron los
preparativos para la fiesta. Consiguieron sillas, prepararon comidas, compraron
licores, hicieron la decoración de la casa y, en fin, todas las cosas que se
acostumbran para ese tipo de eventos. Pero resultó que, por andar en todas esas
correrías, cuando ya iba a ser la hora de iniciar la celebración, se dieron
cuenta de que se les había olvidado comprar pastel, por lo que Luis, su papá, decidió
salir de prisa a comprarlo y le pidió a Carlos que lo acompañara. Pero cuando
ya tenían encendido el auto y se disponían a salir, Claudia, la mamá de Carlos,
se acercó y le dijo a su hijo que se quedara en la casa recibiendo a los
invitados, que mejor iba ella para asesorar a su esposo ya que ella sabía más
de esos asuntos. Entonces se bajó Carlos del carro y se subió su madre mientras
su padre le pedía que se apurara, y se fueron los dos muy rápidamente.
Desgraciadamente esa fue la última vez que Carlos vio
con vida a sus padres, porque, quizás por el afán o simplemente por los
designios del destino, el hecho es que media hora más tarde cuando volvían de
regreso a su casa ese día, ellos sufrieron un accidente fatal y perecieron.
En la casa cuando se enteraron de la noticia todo
quedó en silencio. La fiesta por supuesto se canceló y ese se convirtió en el
cumpleaños más desgarrador para Carlos de toda su vida. Él amaba mucho a sus
padres y el acontecimiento fue tan devastador, que en los días que siguieron
cayó en una terrible depresión y se aisló aún más en la soledad.
CAPITULO
2 – EL GRILLO
Como Carlos era hijo único, naturalmente heredó la
granja y también todos los ahorros que sus padres tenían, incluidos los
destinados para su educación. El Problema es que utilizaba ese dinero para los
gastos diarios y no se preocupaba en absoluto por el mantenimiento de la
granja. Comenzó a beber toda clase de licores, llevaba una vida bohemia y
mantenía casi la misma rutina todos los días. Dormía mucho, escuchaba música,
bebía cerveza, volvía a dormir; a veces veía televisión un rato, otras veces
cogía su guitarra y se le escuchaba entonar una triste canción. Pero lo cierto
es que la mayor parte del tiempo se la pasaba acostado en su cama.
Su tío Jorge iba a visitarlo de vez en cuando. Era muy
generoso con él y siempre intentaba apoyarlo. Inclusive se ofrecía para ayudarle
a administrar la granja y también trataba de alentarlo para que estudiara. Pero
por esa época Carlos no estaba dispuesto a recibir ayuda de nadie: ni siquiera
de su querido tío. De manera que siempre rechazaba cualquiera de sus ofertas y
le decía que no se preocupara por él.
Al pasar el tiempo y debido al abandono en el que
quedó sumida la granja, ya no quedaba nada productivo y solo se podían observar
unos enormes rastrojos. Así es de que como no iba a trabajar, para cuando
terminó de gastarse hasta el último peso de la plata que le dejaron sus padres,
no le quedo de otra que comenzar a vender las cosas de valor que aún quedaban
en la casa y la plata que le daban la utilizaba principalmente para comprar
licores.
Entre eso ires y venires pasaron cuatro años desde el
fatídico día en el que había ocurrido la tragedia de sus padres. Y resultó que para
cuando llegó el día de su cumpleaños número 22, a Carlos no le quedaba
absolutamente nada, porque ya había vendido todos los objetos de valor de la
casa. Preocupado por su situación ese día decidió levantarse un poco más
temprano que de costumbre y se dio cuenta de que de seguir así, pronto tendría
que vender las tierras y también la casa. De manera que sintió el impulso de
hacer algo y por primera vez en su vida decidió salir a recorrer la finca. Pero
la maleza estaba tan alta y tan espesa que no pudo acabar de hacer el recorrido
y se quedó parado mirando el horizonte debajo de un inmenso árbol frondoso. Luego
de un rato se convenció de su fracaso y regresó a casa totalmente desmotivado como
siempre y se acostó nuevamente a dormir. Por la tarde se levantó y otra vez
pensó que debería hacer algo útil, pero por causa de su pálida voluntad, aquietó
sus impulsos y terminó haciendo lo mismo de siempre, o sea nada.
Al caer la noche lo invadió una terrible nostalgia
recordando que un día igual que ese hacía ya cuatro años había perdido a sus
padres y empezó a tomar licor. Se sentó en la mesa donde solía cenar en
compañía de ellos y se sintió terriblemente vacío, triste, fracasado e inútil y
lloró amargamente por su desdicha. Allí permaneció hasta cerca de la media
noche, pero entonces lo empezó a vencer el sueño y decido mejor ir a acostarse
a su cama. Apenas acababa de acobijarse cuando escucho el canto de un grillo
dentro de su habitación. Cantaba muy fuerte, pero debido al gran sueño que
tenía Carlos a esa hora, decidió ignorarlo y se quedó dormido profundamente.
A partir de ese día resultó que todas las noches
cuando se acostaba empezaba a cantar el grillo. El ruido era muy potente, tanto
que lo desvelaba por varias horas. Él no hacía nada para intentar acallar al
grillo porque pensaba que eso no podía ser por mucho tiempo, y esperaba que el
problema se solucionara por sí solo. Se decía dentro de sí “Es sólo un insecto.
Tal vez ya mañana no vuelva más porque según tengo entendido, los insectos viven
por periodos cortos de tiempo y además esos bichos tienen muchos enemigos
naturales. Es muy probable que un pájaro o algún tipo de depredador se lo
devore y ya no me molestará más”. Pero a la siguiente noche allí estaba de
vuelta aquél grillo, cantando cada vez con más fuerza y mortificándolo sin
piedad.
CAPITULO 3 – LA BÚSQUEDA
CAPITULO 3 – LA BÚSQUEDA
Así fueron pasando los días, los que luego se
convirtieron en semanas y después en meses. Y por insólito que parezca, Carlos ya
llevaba tres meses escuchando al susodicho grillo simplemente sin hacer nada.
Hasta que una noche en la que se acostó con hambre porque no encontró nada que
comer, luego de atormentarse por más de tres horas escuchando el estridente
ruido del grillo, decidió levantarse a buscarlo para ponerle fin.
Pensó que sería una tarea fácil, sólo tendría que
dirigirse a la fuente de dónde provenía el ruido y allí estaría el bicho. Pero
para su sorpresa, al levantar la cortina que cubría la ventana de su cuarto, en
la que estaba seguro de que estaría el grillo y luego de revisar meticulosamente,
no vio por ninguna parte al miserable insecto que alegremente continuaba
cantando. Entonces se percató de que el ruido provenía del armario y pensó
dentro de sí: “Qué confundido estaba. No era en la cortina. Ahora estoy seguro
de que está en el armario”. Sin embargo, revisó por todas partes el armario, y
para su asombro, el grillo tampoco estaba allí. Después de eso ya le pareció
que el ruido venía de una repisa. ¡Pero nada! Buscó por todas partes. Inclusive
debajo de su cama. Estaba totalmente encolerizado y se decía a sí mismo “¡Tiene
que estar en alguna parte!” Pero luego de dar vueltas en la habitación buscando
al grillo por más de una hora, tuvo que convencerse de su fracaso, y resignado,
se volvió a acostar. El grillo siguió cantando muy campante esa noche mientras Carlos
se retorcía en la cama como siempre.
Al día siguiente se levantó apesadumbrado y estuvo
deambulando varias horas por la casa. Más tarde, cuando fue a tomar una de las
innumerables siestas que solía tomar durante el día, pasó algo que lo perturbó
todavía más… ¡empezó a cantar el grillo! Nunca antes había llegado a escucharlo
de día, sólo durante las noches. Mientras se preguntaba en su mente cómo era
posible tal cosa, se sintió realmente molesto. Pero entonces, al ir ordenando poco a poco sus
ideas pensó “Está es mi oportunidad ¡Seguro que de día si puedo encontrarlo!
Así comenzó una frenética búsqueda queriendo hallar la fuente de su amargura
para exterminarla, pero al igual que antes, y con una inmensa decepción, se tropezó
nuevamente con un rotundo fracaso.
A partir de esa ocasión ya no importaba si era de día
o de noche, cada vez que se acostaba comenzaba a cantar el grillo. En los días
siguientes realizó otros fallidos intentos por ubicar al bicho y finalmente se
rindió.
Así de esa manera fueron transcurriendo los días de
ese infeliz hombre, a quien además de las dificultades que pasaba por falta de
recursos económicos, se le sumaba el hecho de no poder dormir en paz.
CAPITULO
4 – LA PESADILLA
Varios días después, una noche mientras era
atormentado por el ruido del grillo, a Carlos se le ocurrió una idea que, por
absurdo que parezca, no se le había ocurrido hasta ese momento. Pensó “Como el bicho
vive en mi habitación y la de mis padres queda en el otro extremo de la casa,
desde allá no creo que pueda oírlo”. De tal suerte que se levantó y se fue a
acostar en la cama en la que en vida dormían sus padres. Luego de que se
acobijó pasaron varios minutos, y efectivamente, no sintió al grillo en
absoluto, por lo que, en ese estado de total calma, se quedó dormido
profundamente.
Mientras dormía tuvo un sueño: soñó que sus padres aún
estaban con él en la casa y que vivía muy feliz. Estaban sentados cenando en el
comedor una exquisita comida que su mamá había preparado. Hablaban y reían como
solían hacerlo en los viejos tiempos. En el centro de la mesa se encontraba un
delicioso pastel de chocolate, el cual desde niño había sido su favorito.
Cuando ya estaban terminando de comer, su madre lo miró amorosamente y le preguntó
que si quería una rebanada de pastel. Carlos le contestó que sí y asintió con
su cabeza. Pero justamente en ese momento, observó como un enorme y horroroso
grillo negro salto sobre el pastel. Inmediatamente, al mirar a su alrededor, notó
con gran angustia que sus padres ya no estaban. Tuvo una sensación muy extraña.
El ambiente se ensombreció y sintió un terrible escalofrío recorrer todo su
cuerpo. Súbitamente, Carlos dirigió nuevamente su mirada hacia el grillo, que
estaba posado sobre el pastel, y entonces el infame bicho comenzó a emitir un espantoso
chirrido que le perforaba los tímpanos y sintió como si sus oídos fueran a
estallar. En ese momento se despertó, temblando y sudando. Y ¡vaya sorpresa la
que se llevó! Allí mismo en la habitación de sus padres estaba el insecto, cantando
tan nítida y penetrantemente como siempre.
Aquél suceso sí que lo hizo estremecer. Tanto se
asustó que pronto se convenció de que se estaba volviendo loco y que el grillo
sólo debía de estar en su imaginación. Por esa razón decidió mejor regresar a
su cuarto esa misma noche, y tal y como lo esperaba, el misterioso chirrido del
pequeño animal, también lo acompañó. Debido a eso Carlos ya no pudo volver a dormir
absolutamente nada más… en esa terrible noche.
CAPITULO 5 – LA DECISIÓN
CAPITULO 5 – LA DECISIÓN
Luego de la pesadilla, al otro día Carlos se levantó
muy de madrugada y recordó que cuando era niño a veces jugaba con su padre
hasta el cansancio, y cuando se acostaba en la noche, dormía plácidamente. Entonces
pensó que tal vez su estilo de vida tan sedentario, el desorden y la terrible
irresponsabilidad en la que mantenía sumido, eran la razón por la que le estaba
pasando todo eso. Por lo tanto, se sintió tan preocupado y avergonzado de sí
mismo, que se fue a trabajar ese día en la finca como jamás lo había hecho en
toda su vida.
Comenzó a arrancar las malezas del terreno. Era un día
caluroso, el sol brillaba, el viento soplaba suavemente y a lo lejos se veían las
montañas con su color azul gris característico. En aquellos parajes solitarios
se oía el canto de las aves, el zumbido de las abejas y otros insectos
merodeando las flores y la hierba. Mientras estaba allí se puso a pensar en su
vida. En una vida que, además de extraña, era demasiado vacía. Y se dio cuenta
que necesitaba cambiar, hacer algo que le devolviera la fe, que le diera
motivación y esperanza, algo que le diera sentido a su ciclo desolado. Porque
hasta ese día sólo había vivido como un sonámbulo, deambulando sin rumbo.
Recorriendo su mismo camino una y otra vez. Volviendo sobre sus propios pasos y
repitiendo su absurda rutina diariamente.
Trabajó muy duro durante todo el día. Por la tarde, cuando
ya empezaba a oscurecer, después de la ardua jornada se fue a su casa. Estaba tan
cansado que apenas si podía levantar los pies para moverse y lo único en lo que
pensaba era en llegar y acostarse. Pero apenas entró a la casa comenzó a observar
el desorden tan terrible que había: basura tirada por todas partes, latas de
cerveza, botellas de licor, ollas sucias, ropa encima de las sillas, polvo
sobre las cosas… ¡un caos espantoso! Se impresionó tanto que a pesar de lo
cansado que estaba decidió empezar a arreglar la casa. Recogía papeles, latas,
ropa, barría, limpiaba, lavaba. Se ensimismo tanto en eso que cuando se dio
cuenta ya era cerca de la media noche, entonces tomó un baño y se fue a acostar.
Se arrojó sobre su cama sin apagar la luz e inmediatamente comenzó a quedarse
dormido.
Cuando ya empezaba a ver las primeras imágenes oníricas
en su mente, escuchó el canto de un grillo. Pero esta vez era diferente. Aquél
sonido le pareció como el dulce arrullo de una melodía hermosa. Carlos abrió
los ojos por un momento y casi no lo podía creer. Allí estaba el grillo
justamente en la pared de al lado emitiendo ese fantástico sonido. Era un gran
grillo verde resplandeciente con unas patas muy largas y unas graciosas antenas.
En ese momento Carlos pensó que esa debía ser la criatura más simpática del
mundo entero y cerró los ojos nuevamente para entregarse al sueño.
Pero repentinamente un pensamiento vengativo cruzó por
su mente. Se planteó lo siguiente: “Y si aprovecho esta oportunidad y me levanto
y lo mato? ¡Ese animal me ha hecho sufrir ya demasiado tiempo!”. Entonces abrió
nuevamente los ojos y se sentó en la cama. El grillo seguía allí a su lado muy
cerca, cantando como si nada. Carlos recogió una chancleta y se disponía a
matarlo. Ya estaba decidido a hacerlo. Pero en ese preciso instante se acordó
de su cariñosa madre, quien siempre intentó inculcarle el respeto y el amor por
todos los seres vivientes, por tal motivo, al observar al grillo cantando
alegremente y tan indefenso se conmovió mucho y se arrepintió de hacerlo.
En seguida volvió a acostarse y mientras se acobijaba,
sintió como una enorme paz se apoderaba de su alma y lo invadió una inmensa
felicidad. Por lo que se quedó plácidamente dormido escuchando el armonioso canto
del grillo. Y esa noche después de mucho tiempo, por fin pudo dormir en total
tranquilidad.
CAPITULO
6 – LA PROSPERIDAD
Al siguiente día, luego del avistamiento del grillo, Carlos
se levantó totalmente revitalizado, lleno de energía y con un optimismo
inusual. Estuvo trabajando muy animado por la mañana y pensando cómo hacer para
mejorar las cosas. Entonces recordó que su tío Jorge en numerosas ocasiones le
había ofrecido su ayuda y aunque él siempre la había rechazado, sabía que aquel
hombre se caracterizaba por ser una gran persona, servicial y comprensivo. Por
esa razón pensó en que quizás debería de ir a hablar con él para pedirle que,
por favor, si es que aún estaba dispuesto a hacerlo, lo asesorara y le ayudara con
la granja.
Hacia eso del mediodía salió del trabajo y se fue a
visitar a Jorge, a quien, por cierto, hacía bastante tiempo ya que no visitaba.
Al llegar a la casa de su tío lo encontró afuera en el jardín de la casa
sentado en un sillón de madera. Apenas lo vio se sorprendió mucho por la
inesperada visita de su sobrino, pero también se alegró enormemente. Luego de
un caluroso saludo entraron a la casa. Carlos saludó a la mujer de su tío,
quien se disponía a servir el almuerzo, y a sus primos. Todos estaban contentos
de verlo, fueron muy amables con él y lo invitaron a que almorzara con ellos.
Luego del almuerzo Carlos decidió que era el momento
de hablar con su tío. Le dijo que ya estaba cansado de desperdiciar su vida,
que quería salir adelante, que se sentía entusiasmado y quería trabajar para
volver productiva de nuevo la granja. Le pidió que por favor lo ayudara. Le
explicó que él ya había recapacitado suficiente y que estaba dispuesto y
decidido a cambiar. Jorge lo escucho atentamente y por supuesto, aceptó su
petición.
En los días que siguieron Carlos se volvió un
trabajador incansable, y con el apoyo de su tío, logro en muy poco tiempo poner
a producir la granja. Después entró a la universidad a estudiar matemáticas.
Como era muy inteligente, resultó ser un estudiante brillante y, por
consiguiente, unos años después materializó el sueño de sus padres al graduarse
como profesional.
Prosperó enormemente trabajando y haciendo negocios.
Formó una familia. Tuvo una vida llena de éxito y de satisfacciones.
Sin embargo, había algo que lo intrigaba, un enigma
sin resolver que siempre lo acompañaba. Se preguntaba si habría sido real lo
del episodio del grillo. Había varias cosas que no le cuadraban. Se preguntaba
por qué le atormentaba tanto el canto del grillo. Por qué a pesar de buscarlo
meticulosamente en varias ocasiones no lo había podido encontrar. Por qué aun
la vez en la que se fue a acostar en la habitación de sus padres el grillo lo
siguió y cuando decidió regresar a su cuarto también el bicho regresó con él.
Por qué precisamente la noche del primer día que trabajó se le apareció y por
qué sintió esa vez que su canto ya no lo perturbaba y le pareció tan agradable.
Pero lo que más le parecía extraño y difícil de comprender,
era recordar el resplandor del grillo… ¡porque los grillos normales no brillan!
Tampoco podía entender por qué a partir de la noche del avistamiento nunca más había
vuelto a verlo ni a escucharlo.
Debido a eso Carlos decidió no contarle nunca a nadie
lo del misterioso episodio del grillo y jamás, ni siquiera a su propia familia,
se lo llegó a mencionar.
CAPITULO 7 – LA REVELACIÓN
Para su cumpleaños número 78, Carlos, después de pasar
un día muy agradable rodeado de su familia, se fue a acostar… y esa noche tuvo
un sueño. Se vio a si mismo caminando en la granja como cuando era joven. El
cielo estaba despejado y el sol brillaba intensamente. Las plantaciones estaban
rebosantes de fertilidad y los frutos empezaban ya a madurar. Mientras recorría
esos lugares, miró a cierta distancia un árbol de naranja que estaba muy
cargado. Como hacía calor, sintió deseos de comerse una naranja y se dirigió
hacia el naranjo. Al irse acercando, observó que había alguien sentado debajo
del árbol, recostado en su tronco; pero no podía saber quién era. Cuando se
acercó lo suficiente, por fin pudo identificarlo… y se quedó totalmente perplejo.
Era un hombre joven similar a él cuando tenía unos 18 años: su mismo rostro,
sus mismos ojos, su mismo pelo; todo idéntico. Tenía una naranja en la mano y
estaba muy tranquilo. Carlos se quedó mirándolo fijamente a los ojos y lo
interrogó.
—¿Quién eres? — Le preguntó al muchacho.
—¿Yo? ¡Yo soy tu mismo! — El joven sonrió y le
respondió.
—¿Y por qué estás aquí? — Le preguntó Carlos.
—Estoy aquí para responderte un interrogante que has tenido
contigo toda tu vida — Le contestó el muchacho.
E inmediatamente Carlos comprendió a qué se refería el
joven y entonces le preguntó por el grillo. Le dijo:
—Explícame qué o quién era ese grillo, por qué me
atormentaba tanto y por qué después de esa noche nunca lo volví a ver.
El joven se levantó y después de un breve silencio le
respondió:
—Ese
grillo no era más que sino la voz de tu conciencia que intentaba salvarte
cuando estabas hundido. Esa noche, cuando decidiste perdonarle la vida al
grillo, cambiaste tu destino. De no haber tomado esa decisión, todo el resto de
tu vida hubieras sido miserable y te habrías perdido en lo profundo del abismo.
FIN
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