John vivía con su madre, Nora, y sus dos hermanitos: Edwin de 13 años y Jimena, quien tenía solo 7 años. Desgraciadamente su papá fue asesinado por unos asaltantes armados que intentaron entrar en la casa, cuando John tenía 15 años y estaba estudiando en la escuela, según le contó su mamá. Debido a eso el joven tuvo que dejar de estudiar y encargarse de la pequeña finca que tenía su padre. Le tocaba trabajar muy duro porque, debido a que sus hermanos estaban tan pequeños,
doña Nora tenía que mantenerse en la casa cuidándolos, y apenas podía ir uno o dos días de la semana a trabajar donde unos vecinos que la contrataban para hacer oficios domésticos.John cada día salía como de costumbre de su casa y se dirigía al lugar donde trabajaba labrando la tierra. En su pequeña finca realizaba actividades propias de la agricultura como lo son sembrar, desherbar, recolectar etc.
Ya habían pasado 4 años desde la muerte de su padre y, a pesar de que se esforzaba mucho, sus condiciones de vida y las de su familia eran muy precarias. Pareciera como si la mala suerte lo persiguiera y estuviera destinado a ser infeliz.
El jueves, por la mañana, su mamá le preparó un chocolate y tuvo que desayunar con un triste pedazo de pan casero, que era lo único que tenían para comer, porque por aquellos días la situación económica había estado especialmente terrible. Tomó su herramienta de trabajo, empacó un poco de agua sola en un tarro y, con mucho desánimo, salió de la casa y se fue a realizar su labor. Cuando llegó al tajo comenzó a trabajar, pero sin nada de entusiasmo. El sol brillaba intensamente, hacía mucho calor y no soplaba ni siquiera una pequeña brisa. A lo lejos se veían las montañas con su color azul grisáceo característico. En aquellos cafetales solitarios se oía el canto de las aves, el zumbido de las abejas y todo el tiempo había hormigas, arañas e insectos merodeando.
Ese día no parecía haber nada inusual. John pensaba en su vida, en su mala suerte. En todas las vicisitudes que había tenido que pasar. Casi no tenía amigos. No podía ir a fiestas ni a ningún tipo de evento porque lo poco que conseguía, tenía que dejarlo para los gastos de la casa. Se sentía realmente abrumado. Pero ese día, hacia eso de las 4 de la tarde, justo cuando una nube muy blanca ocultaba el sol en el firmamento, vio algo que le llamó poderosamente la atención: era un arbolito de hojas grandes cuyas ramas se agitaban fuertemente, a pesar de que no parecía estar venteando en absoluto. Se quedó mirándolo alrededor de un minuto, preguntándose si podría tratarse de un remolino de viento o quizá de algún pequeño animal que estuviera trepando al arbusto o devorando sus hojas. También contempló la posibilidad de que estuviera ocurriendo un movimiento telúrico. Sin embargo, los árboles de los alrededores permanecían serenos; con una asombrosa quietud. No pudo observar nada. Aquel palo continuaba moviéndose como si fuera sacudido por una extraña fuerza. De manera que decidió acercarse para analizar detalladamente lo que ocurría. Recorrió los 9 pasos que lo separaban del evento, pero, a medida que se acercaba, aumentaba más su incertidumbre porque no lograba ver nada que pudiera estar causando eso. Una vez al lado del arbolito, le dio la vuelta entera, observando minuciosamente cada hoja, cada ramita, cada mancha. Esperaba encontrar algo que pudiera producir esas vibraciones… pero no había nada.
Decidió entonces tocarlo. Acercó lentamente su mano derecha y sujetó la punta de una hoja. Al hacer esto, sintió como si una suave corriente eléctrica circulara por todo su cuerpo, por lo que, en una reacción instintiva, inmediatamente la soltó. Pero en seguida se animó a tocarla nuevamente y, al verificar que efectivamente existía aquella corriente, esto lo llevo a pensar que tal vez debería tratarse de un fenómeno nuevo y desconocido, al menos para él. Recordó la electricidad estática y como en ciertas ocasiones solemos percibir un “corrientazo” o choque eléctrico, al entrar nuestra mano en contacto con una puerta metálica e imaginó que se trataba de algo similar. Estaba muy emocionado por eso, pero mejor decidió continuar con su trabajo y planeó contárselo a su madre al regresar a casa. De manera que cuando terminó de trabajar, luego de la dura jornada, emprendió el camino de regreso hacia su hogar.
Resultó que después de haber iniciado la caminata, cuando pasaba por la orilla del camino, observó un manzano que tenía unos frutos maduros y, como tenía hambre, decidió ir a coger alguna de esas manzanas. Al acercarse se dio cuenta de que los frutos estaban demasiado altos como para poder alcanzarlos, pero, no obstante, decidió estirar la mano para intentar atrapar el que parecía estar más al alcance y, para su sorpresa, aunque su mano no logró acercarse sino a unos 30 centímetros del fruto, la manzana que estaba en la rama repentinamente cayó en su mano y él la atrapó. Luego de devorarla, como tenía tanta hambre, quiso agarrar una segunda manzana, la que al igual que la primera también estaba bastante alta. Y nuevamente al estirar su mano, aconteció que, aunque no alcanzó ni siquiera a tocarla, la manzana se desprendió y terminó precisamente en su poder. Por un momento pensó que había tenido mucha suerte, pero mientras devoraba la deliciosa fruta con un verdadero apetito voraz, recordó lo que le había sucedido con el arbusto mientras trabajaba, y un pensamiento inquisitivo cruzó por su mente. Se preguntó dentro de sí, “¿Y si no cayó por mera coincidencia?”. De manera que apenas terminó de comerse la manzana, aunque con actitud vacilante, dirigió su mirada hacia la siguiente manzana del árbol, que estaba esta vez un poco más alta que la anterior, y extendió su mano decidido a confirmar o descartar su sospecha. Aquella manzana estaba aún verdosa y se debía encontrar como a 50 centímetros de la punta de los dedos de su mano, pero al igual que antes, se desprendió de la rama y fue a parar exactamente en su mano. John se quedó perplejo; primero lo del arbusto y ahora esto. Sentimientos de miedo y ansiedad se mezclaron y lo embargaron. ¿Qué sería lo que estaba pasando? ¿Acaso soñaba o estaba alucinando? Mientras sostenía la manzana en la mano, rápidamente pensó en que, si de verdad había tenido el poder de atraerla, tal vez también podría tener el poder de repelerla y sostenerla en el aire. Así es de que extendió su brazo y dejó que la fruta descansara sobre la palma de su mano. Luego mentalmente deseo que la manzana se levantara, ¡y fue exactamente eso lo que sucedió! La vistosa fruta se quedó suspendida en el aire y, mientras John observaba aquel acontecimiento, las lágrimas comenzaron a fluir de sus ojos.
Se fue muy de prisa hacia su casa. Estaba ansioso por contarle todo a su mamá, no podía esperar. Cuando llegó, entró a la cocina donde se encontraba su madre y le dijo: “Mamá, me sucedió algo extraño en el trabajo”. Pero mientras decía estas palabras, súbitamente un pensamiento cauteloso se apoderó de su mente. Pensó, “Si le cuento lo que me ocurrió pronto lo sabrá toda la gente y se formará un espectáculo, y yo terminaré en un centro de investigación del gobierno o quizá en un manicomio, si resulta que nada de esto es real. Creo que lo mejor será que no se lo cuente a nadie… tengo que mantenerlo en secreto”. Entonces, cuando ella le preguntó qué era lo que le había sucedido, para disimular la idea, continúo diciéndole: “Sentí como que la cabeza me daba vueltas y tuve que sentarme un rato, hasta que se me pasó el mareo”. Su mamá preocupada le preguntó que, si le preparaba una tisana, pero él le dijo que no, que no era necesario porque ya se encontraba bien.
Esa noche apenas tuvo la oportunidad se encerró en su cuarto, porque quería saber si de verdad podía mover objetos con su mente. Con lo primero que ensayó fue con un lápiz que colocó en la palma de su mano. Comprobó que levantarlo y mantenerlo en el aire no le representaba ningún problema. Luego ensayó con las llaves de la puerta y tampoco tuvo ninguna dificultad. Animado por eso, lo siguiente que intentó levantar fue un viejo cajón de madera que tenía, donde guardaba la ropa. Lamentablemente, observó que no podía levantarlo ni siquiera un poquito y se dio cuenta que le era imposible mover un objeto de ese tamaño. Eso lo dejó muy desilusionado. Pensó que, si no podía ejercer mucha fuerza y levantar objetos pesados, entonces su don no le seria de mucha utilidad, porque para lo único que le podría servir sería para trabajar en un circo, de payaso, y esa idea no le agradaba para nada. Entonces decidió mejor acostarse y no darle más vueltas al asunto.
Al otro día se levantó muy temprano, porque resulta que había quedado de trabajar donde don Pedro Grajales, un vecino rico. Su mayordomo Jairo ocasionalmente lo contrataba para que le ayudara a reunir el ganado, hacerle curación, vacunar y desparasitar. Así pues, que John se dirigió a la hacienda de don Pedro.
Una vez en la hacienda se reunió con los otros trabajadores y recibieron las instrucciones del mayordomo de lo que tenían que hacer ese día, que era de curación del ganado. Los trabajadores montaron los caballos y salieron a arrear el ganado para encerrarlo en los corrales. Luego de encerrarlo estuvieron tratando las reses, vacunándolas y haciéndoles curaciones.
Para el mediodía ya habían terminado y John se disponía a marcharse, pero Jairo—el mayordomo de don Pedro—le pidió que se quedara porque necesitaba arreglar algunos daños que tenían los cercos del ganado. John aceptó, a condición de que le dieran allí el almuerzo para no tener que ir hasta su casa.
Esa tarde se fueron a arreglar los cercos y, como solía pasar a menudo, tuvieron que quedarse hasta bien tarde para poder acabar. Como era costumbre, al terminar el día, el mayordomo le pagó a John de una vez el trabajo. El chico esa vez salió muy cansado, porque de verdad que la jornada había estado muy dura. Pero se sintió contento porque sabía que el dinero que había ganado podría destinarlo para comprar alimentos para la familia.
Cuando llegó a la casa, su madre le preguntó que por qué no había ido a almorzar y él le contó que había tenido que trabajar todo el día en la hacienda de don Pedro, que estaba muy cansado pero que al otro día iría a la tienda a comprar algunos comestibles. Ella le sirvió un poco de sopa y él se sentó a cenar junto con sus hermanos, mientras hablaban. Luego se bañó y antes de acostarse, cuando ya se quedó solo en su habitación, se puso de nuevo a mover el lápiz con su mente mientras intentaba pensar en algo en lo que le pudiera servir aquella habilidad. Pero pronto el sueño lo venció y se quedó profundo.
El juego de dados
Al día siguiente se levantó dispuesto a ir a la tienda a comprar algunos alimentos, pero tuvo que ayudarle a su madre a realizar unos oficios importantes en la casa, por lo que no pudo salir sino como a eso de las 10 de la mañana. Antes de irse a la tienda, Doña Nora le dio el poco dinero que había ganado esa semana donde sus vecinos, para que con eso comprara algunas provisiones para la casa.
La tienda quedaba en un caserío y en ese lugar acostumbraban a reunirse varios de los pobladores de la zona. Algunos se sentaban a beber gaseosa o cerveza y a ver los partidos de futbol; otros se dedicaban a apostar en juegos de azar. Resultó que cuando John iba entrando a la tienda, observó tres hombres que estaban apostando dinero en el juego de dados y eso le llamó poderosamente la atención. El juego consistía en poner dos dados en un pequeño vaso, luego los agitaban y los lanzaban, y el que sacara el mayor puntaje ganaba la apuesta. En caso de empate se repetían los lanzamientos hasta que uno solo ganara todo el dinero apostado. Mientras John veía como rodaban los dados, un chispazo iluminó su mente y pensó que esa era su gran oportunidad… Al fin había encontrado la forma de sacarle provecho a su don especial. Manipularía el movimiento de los dados con su pensamiento y los obligaría a detenerse en los números altos para ganar las apuestas. Así es de que no lo pensó mucho; les pidió a los jugadores que lo dejaran participar, y ellos aceptaron complacidos. El más experimentado de ellos, con el fin de impresionar al nuevo joven jugador, propuso una apuesta alta, equivalente más o menos a la mitad del dinero que llevaba John. El muchacho aceptó sin vacilar, debido a la confianza que le generaba en ese momento el saber que podría aplicar su talento especial.
Pusieron el dinero en la mesa y, antes de comenzar a lanzar los dados, le dijeron: “Como eres nuevo y acabas de entrar al juego te daremos el privilegio de tirar de último”. De manera que comenzaron a lanzar los dados. El primero de ellos obtuvo un 3 en un dado y un 5 en el otro para un total de 8 puntos. El segundo arrojó los dados y marcaron 4 y 2 para un total de 6 puntos. El tercer jugador los lanzó y un dado marcó 4 y el otro 6, consiguiendo en total 10 puntos. Entonces por fin le tocó el turno a John. Recogió los dados y los puso en el vasito. Los agitó fuertemente y los arrojó. Concentró todos sus pensamientos en ellos para dirigirlos y sacar el puntaje más alto...Historia completa del libro EL AMO DEL MUNDO aquí: https://www.amazon.com/dp/B0994BY78J
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