martes, 27 de julio de 2021

El Misterioso Monstruo del Bosque



Cuando tenía 12 años viví la experiencia más terrible y perturbadora de mi vida. Aún tengo intacto en mi mente cada recuerdo de lo que pasó. Procuro no pensar en eso, pero por desgracia cada día vuelve a mi mente una y otra vez y siento como si aún estuviera viviendo ese horroroso momento nuevamente.
Principalmente en las noches, pensamientos desmesuradamente sombríos se apoderan de mi mente. Siento que un ambiente lúgubre ronda mi cuarto, y de repente me veo totalmente inmerso e invadido por la oscuridad.
Aún recuerdo aquella cosa. Era escalofriante. No sólo como se veía, no sólo como se escuchaba. El asunto era mucho peor. Podía sentir su horrible presencia. Penetraba por cada uno de mis poros, por cada parte de mis nervios. Me hacía estremecer.
Ustedes creerán que exagero. Pero no es cierto; yo sé que no estoy loco. Fue así realmente como ocurrió.
Vivíamos en el campo en una vieja casa con mi madre y mi único hermano, quien era mayor que yo. Era un lugar muy apartado y desolador, al que por desgracia tuvimos que mudarnos, según nos contó nuestra madre, después de que nuestro padre murió en un terrible accidente, cuando aún estábamos muy pequeños. Éramos muy pobres y pasábamos grandes necesidades, pero mamá se las arreglaba como podía para mantenernos y así logró irnos criando.
Ya cuando crecimos un poco empezamos a ayudarle a hacer los oficios de la casa. Ella solía mandarnos a mi hermano y a mí a recoger leña a un lugar en el bosque que quedaba como a una hora de camino de donde vivíamos. Nos mandaba juntos porque le daba miedo que nos pudiera pasar algo. Teníamos que caminar por un sendero tortuoso a través del espeso bosque y cruzar un riachuelo andando sobre un tronco que servía de puente.
Una tarde que mamá nos mandó a traer leña, porque precisamente se nos había acabado, nos fuimos como de costumbre mi hermano y yo. Cuando llegamos a la parte donde había buena leña encontramos un árbol que no conocíamos y tenía unos frutos grandes. Decidimos probarlos y estaban deliciosos. Así es de que comimos de esas frutas hasta saciarnos y jugamos un rato. Luego recogimos la leña y emprendimos el camino de regreso a casa.
Íbamos caminando por aquel lugar y todo parecía muy tranquilo. Yo iba adelante. Soplaba una fría brisa y se agitaban lentamente las ramas de los árboles. A la distancia pude observar algo; eran unos huesos. Pensé que debían ser de un animal, posiblemente de un toro muerto. Lo extraño es que yo no recordaba haberlos visto antes cuando pasamos. Como el camino se estrechaba justamente por allí, tuvimos que pasar por el lado de la mortecina. Mientras nos estamos acercando, de repente me invadió una espeluznante sensación. Presentí que algo malvado iba a suceder. Estaba terriblemente asustado. Mi respiración se agitó fuertemente y mi corazón comenzó a latir aceleradamente, tanto que podía escuchar cada pálpito desenfrenado. No quise decirle nada a mi hermano por temor a que se burlara de mí. Lo cierto es que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y entonces sucedió lo peor. Los huesos que estaban allí tirados empezaron a moverse y se comenzaron a apilar en un armazón monstruoso y grotesco junto con el cuero podrido. Mi hermano y yo salimos a correr espantados a toda prisa para escapar de la horrible cosa. Pero desgraciadamente él se tropezó con algo y cayó.
Recuerdo nítidamente ese instante:  me detengo y él está allí tirado… aun puedo ver su pálido rostro y su angustia. Su mirada marchita con los ojos llenos de lágrimas siempre me desgarra el alma. Un grito desolador es lo último que recuerdo de él, y la imagen macabra de ese monstruo con su hocico perverso y sus colmillos asesinos devorándolo sin piedad.
En ese momento sé que ya no hay nada que hacer. Me siento totalmente impotente y desesperado. El monstruo se abalanza sobre mí. Así es de que continúo corriendo. Pero al poco tiempo siento que mis pies ya no me dan más. Pierdo la esperanza al sentir que esa cosa ya no va a dejar de perseguirme y entonces caigo al suelo. Volteo rápidamente y puedo observar como ese horripilante ser se acerca para devorarme. Presiento que voy a morir. Pero justo cuando estoy esperando que me mate, el monstruo se detiene. Su aspecto es repugnante. Su olor nauseabundo me hace sentir aún más desgraciado. Y es en ese momento cuando sucede algo muy extraño… escucho que me dice con una voz casi humana “recuerda siempre quien eres, Juan”. Entonces me desmaye.
Cuando recuperé el conocimiento, estaba en mi cama. Al principio no recordé nada. Pero noté que mi madre estaba muy rara, como si no quisiera hablarme. Al preguntarle qué había pasado, me dijo: “Estuviste tres días inconsciente. ¿de verdad no recuerdas lo que pasó?”  Yo le respondí que no. Entonces me dijo que me había caído y me había golpeado la cabeza.
Luego de que me levanté ella me dio un pedazo de pan y un vaso de café. Entonces le pregunté por mi hermano. Al principio no me quería responder e intentó hacerme unas evasivas. Pero ante mi insistencia me dirigió una mirada triste y me dijo: “Tu hermano está muerto, Juan, un oso se lo devoró en el bosque cuando venía contigo” y sin darme tiempo de nada, salió corriendo llorando y se encerró en su cuarto. Fue entonces cuando recordé todo lo sucedido y me quedé totalmente perturbado. Me sentí muy confundido porque yo sabía bien que en esa región no había osos.
Más tarde, cuando ya se calmó, le conté lo que había ocurrido. Pero no le mencioné sobre lo que le escuché decir a la cosa esa porque me pareció que eso no tenía sentido. Ella no dijo ni una sola palabra, se limitó a escucharme y luego de que terminé el relato me dijo: “Hijo, tienes una imaginación muy grande”. Eso me dolió mucho. No podía entender como mi propia madre no me creía.
Con mis compañeros de escuela y la demás gente pasó exactamente lo mismo; tampoco me creyeron nunca mi relato. Algunos se reían de mí; otros simplemente me decían “esa es una gran historia, deberías ser escritor”. Y eso que jamás le conté a nadie que la criatura me habló ni mucho menos lo que me dijo.
El tiempo fue pasando. Yo vivía constantemente asustado y anhelaba irme de ese sitio. Tenía pesadillas todas las noches. Veía al monstruo asesinando a mi hermano una y otra vez y despertaba tembloroso, sudando y llorando.
De tanto insistir por fin logré convencer a mi mamá de que nos marcháramos de ese lugar. De modo que vendimos la tierra y nos fuimos a vivir al pueblo, compramos una casa y nos instalamos.
Como al año de vivir allí mi mamá se consiguió un nuevo esposo. Al principio me caía mal el tipo, pero con el pasar de los meses entramos en confianza y empezó a agradarme porque parecía ser una buena persona. Un día me animé a contarle lo que me sucedió en el bosque con la criatura que mató a mi hermano. Lamentablemente, al igual que las otras personas, tampoco me creyó ni una sola palabra y se echó a reír. Me sentí triste y decepcionado y me arrepentí de haber confiado en él.
Con el tiempo yo también empecé a dudar de mí mismo. Aunque mi madre jamás me había dicho nada, ella siempre me miraba de forma muy extraña cada vez que le mencionaba el tema y evitaba hablar de eso. Yo podía notar claramente que había algo que le molestaba profundamente. Así es de que ya no volví a contarle a nadie nunca más esa historia y comencé a sospechar que tal vez, de alguna manera, yo había sido responsable de la muerte de mi hermano y que quizás mi mente se inventó la historia del monstruo para evadir la realidad de lo que pasó. Eso me llevó a cuestionar mi propio juicio.
Como el remordimiento me torturaba el alma, cuando tenía 18 años comencé a beber licor con mucha frecuencia, y para evitarle disgustos a mi madre decidí marcharme de la casa. Ella se puso muy triste cuando se lo dije e intentó disuadirme, pero yo ya estaba decidido y en ese momento pensé sinceramente que era lo mejor que podía hacer. Así es de que empaqué mi maleta y emprendí el viaje a tierras lejanas.
Viajé por varios lugares. Perdí todo contacto con mi madre durante mucho tiempo. Debido al alcoholismo no lograba establecerme en ninguna parte. Vivía solo. Tenía una vida desordenada y siempre conseguía trabajos temporales. Mantenía constantemente nervioso. No había ni un solo día de mi vida que no recordara a mi hermano y me torturaba la cabeza pensando qué fue lo que realmente sucedió esa tarde.
Al pasar los años me enteré de que mi madre ya no quiso volver a tener hijos y debido a eso su esposo la abandonó. Un día, después de pensarlo durante mucho tiempo, me animé y decidí ir a visitarla. Desgraciadamente cuando llegué al lugar donde vivía y pregunté por ella, unas personas que estaban allí me dijeron que se había enfermado gravemente y que estaba hospitalizada hacía ya muchos días. De manera que Inmediatamente me dirigí al hospital.
Cuando llegué al hospital hablé con un médico quien me atendió y se ofreció amablemente acompañarme para guiarme al cuarto donde ella estaba. Mientras caminábamos me explicó que su enfermedad estaba demasiado avanzada y que podría morir en cualquier momento. Eso me dejó devastado. También me dijo que ya no había nada que hacer.
Me llevó a través de un pasillo donde había muchas camillas. Más adelante encontramos a una enfermera empujando una silla de ruedas con un paciente paralítico. El médico me dijo que era por allí. Me acompaño hasta la entrada, me indicó cuál era su cama y se marchó.
Entré y me acerqué al lecho donde estaba mi mamá. Se veía ya muy demacrada. Pensé que estaba inconsciente, pero apenas le hablé abrió los ojos, me tomó de la mano y me dijo “Hijo, te he extrañado mucho.” Noté que tenía dificultades para respirar y apenas si podía hablar. Yo no supe que decirle. Entonces continuó diciéndome: “Sé muy bien que estoy a punto de a morir, pero antes de irme quiero decirte algo muy importante. A pesar de todo yo siempre te he amado… sin embargo, tienes que saber la verdad. Ni tu padre murió en un accidente ni a tu hermano lo mató un oso”.
Yo estaba totalmente desconcertado al oír esas palabras y pensé que estaba delirando. En ese momento se puso muy pálida, se agitó mucho y las pupilas de sus ojos se dilataron. Quise salir a pedir ayuda para que la atendieran, pero ella me apretó fuertemente la mano y me detuvo. Se quedó mirándome fijamente y con su último aliento, justo antes de morir, me dijo: “Recuerda siempre quien eres, Juan”.

FIN

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