Cuando tenía 12
años viví la experiencia más terrible y perturbadora de mi vida. Aún tengo intacto
en mi mente cada recuerdo de lo que pasó. Procuro no pensar en eso, pero por
desgracia cada día vuelve a mi mente una y otra vez y siento como si aún
estuviera viviendo ese horroroso momento nuevamente.
Principalmente
en las noches, pensamientos desmesuradamente sombríos se apoderan de mi mente.
Siento que un ambiente lúgubre ronda mi cuarto, y de repente me veo totalmente inmerso
e invadido por la oscuridad.
Aún recuerdo
aquella cosa. Era escalofriante. No sólo como se veía, no sólo como se
escuchaba. El asunto era mucho peor. Podía sentir su horrible presencia.
Penetraba por cada uno de mis poros, por cada parte de mis nervios. Me hacía
estremecer.
Ustedes
creerán que exagero. Pero no es cierto; yo sé que no estoy loco. Fue así
realmente como ocurrió.
Vivíamos en
el campo en una vieja casa con mi madre y mi único hermano, quien era mayor que
yo. Era un lugar muy apartado y desolador, al que por desgracia tuvimos que
mudarnos, según nos contó nuestra madre, después de que nuestro padre murió en un
terrible accidente, cuando aún estábamos muy pequeños. Éramos muy pobres y
pasábamos grandes necesidades, pero mamá se las arreglaba como podía para mantenernos
y así logró irnos criando.
Ya cuando
crecimos un poco empezamos a ayudarle a hacer los oficios de la casa. Ella solía
mandarnos a mi hermano y a mí a recoger leña a un lugar en el bosque que
quedaba como a una hora de camino de donde vivíamos. Nos mandaba juntos porque
le daba miedo que nos pudiera pasar algo. Teníamos que caminar por un sendero
tortuoso a través del espeso bosque y cruzar un riachuelo andando sobre un
tronco que servía de puente.
Una tarde que
mamá nos mandó a traer leña, porque precisamente se nos había acabado, nos
fuimos como de costumbre mi hermano y yo. Cuando llegamos a la parte donde
había buena leña encontramos un árbol que no conocíamos y tenía unos frutos
grandes. Decidimos probarlos y estaban deliciosos. Así es de que comimos de
esas frutas hasta saciarnos y jugamos un rato. Luego recogimos la leña y
emprendimos el camino de regreso a casa.
Íbamos caminando
por aquel lugar y todo parecía muy tranquilo. Yo iba adelante. Soplaba una fría
brisa y se agitaban lentamente las ramas de los árboles. A la distancia pude
observar algo; eran unos huesos. Pensé que debían ser de un animal,
posiblemente de un toro muerto. Lo extraño es que yo no recordaba haberlos
visto antes cuando pasamos. Como el camino se estrechaba justamente por allí,
tuvimos que pasar por el lado de la mortecina. Mientras nos estamos acercando,
de repente me invadió una espeluznante sensación. Presentí que algo malvado iba
a suceder. Estaba terriblemente asustado. Mi respiración se agitó fuertemente y
mi corazón comenzó a latir aceleradamente, tanto que podía escuchar cada
pálpito desenfrenado. No quise decirle nada a mi hermano por temor a que se
burlara de mí. Lo cierto es que un escalofrío recorrió todo mi cuerpo y
entonces sucedió lo peor. Los huesos que estaban allí tirados empezaron a moverse
y se comenzaron a apilar en un armazón monstruoso y grotesco junto con el cuero
podrido. Mi hermano y yo salimos a correr espantados a toda prisa para escapar
de la horrible cosa. Pero desgraciadamente él se tropezó con algo y cayó.
Recuerdo
nítidamente ese instante: me detengo y él
está allí tirado… aun puedo ver su pálido rostro y su angustia. Su mirada
marchita con los ojos llenos de lágrimas siempre me desgarra el alma. Un grito
desolador es lo último que recuerdo de él, y la imagen macabra de ese monstruo
con su hocico perverso y sus colmillos asesinos devorándolo sin piedad.
En ese
momento sé que ya no hay nada que hacer. Me siento totalmente impotente y
desesperado. El monstruo se abalanza sobre mí. Así es de que continúo corriendo.
Pero al poco tiempo siento que mis pies ya no me dan más. Pierdo la esperanza
al sentir que esa cosa ya no va a dejar de perseguirme y entonces caigo al
suelo. Volteo rápidamente y puedo observar como ese horripilante ser se acerca
para devorarme. Presiento que voy a morir. Pero justo cuando estoy esperando
que me mate, el monstruo se detiene. Su aspecto es repugnante. Su olor nauseabundo
me hace sentir aún más desgraciado. Y es en ese momento cuando sucede algo muy
extraño… escucho que me dice con una voz casi humana “recuerda siempre quien
eres, Juan”. Entonces me desmaye.
Cuando
recuperé el conocimiento, estaba en mi cama. Al principio no recordé nada. Pero
noté que mi madre estaba muy rara, como si no quisiera hablarme. Al preguntarle
qué había pasado, me dijo: “Estuviste tres días inconsciente. ¿de verdad no
recuerdas lo que pasó?” Yo le respondí
que no. Entonces me dijo que me había caído y me había golpeado la cabeza.
Luego de que
me levanté ella me dio un pedazo de pan y un vaso de café. Entonces le pregunté
por mi hermano. Al principio no me quería responder e intentó hacerme unas
evasivas. Pero ante mi insistencia me dirigió una mirada triste y me dijo: “Tu
hermano está muerto, Juan, un oso se lo devoró en el bosque cuando venía
contigo” y sin darme tiempo de nada, salió corriendo llorando y se encerró en
su cuarto. Fue entonces cuando recordé todo lo sucedido y me quedé totalmente
perturbado. Me sentí muy confundido porque yo sabía bien que en esa región no
había osos.
Más tarde,
cuando ya se calmó, le conté lo que había ocurrido. Pero no le mencioné sobre
lo que le escuché decir a la cosa esa porque me pareció que eso no tenía
sentido. Ella no dijo ni una sola palabra, se limitó a escucharme y luego de
que terminé el relato me dijo: “Hijo, tienes una imaginación muy grande”. Eso
me dolió mucho. No podía entender como mi propia madre no me creía.
Con mis
compañeros de escuela y la demás gente pasó exactamente lo mismo; tampoco me
creyeron nunca mi relato. Algunos se reían de mí; otros simplemente me decían “esa
es una gran historia, deberías ser escritor”. Y eso que jamás le conté a nadie
que la criatura me habló ni mucho menos lo que me dijo.
El tiempo fue
pasando. Yo vivía constantemente asustado y anhelaba irme de ese sitio. Tenía
pesadillas todas las noches. Veía al monstruo asesinando a mi hermano una y otra
vez y despertaba tembloroso, sudando y llorando.
De tanto
insistir por fin logré convencer a mi mamá de que nos marcháramos de ese lugar.
De modo que vendimos la tierra y nos fuimos a vivir al pueblo, compramos una
casa y nos instalamos.
Como al año
de vivir allí mi mamá se consiguió un nuevo esposo. Al principio me caía mal el
tipo, pero con el pasar de los meses entramos en confianza y empezó a agradarme
porque parecía ser una buena persona. Un día me animé a contarle lo que me
sucedió en el bosque con la criatura que mató a mi hermano. Lamentablemente, al
igual que las otras personas, tampoco me creyó ni una sola palabra y se echó a
reír. Me sentí triste y decepcionado y me arrepentí de haber confiado en él.
Con el tiempo
yo también empecé a dudar de mí mismo. Aunque mi madre jamás me había dicho
nada, ella siempre me miraba de forma muy extraña cada vez que le mencionaba el
tema y evitaba hablar de eso. Yo podía notar claramente que había algo que le
molestaba profundamente. Así es de que ya no volví a contarle a nadie nunca más
esa historia y comencé a sospechar que tal vez, de alguna manera, yo había sido
responsable de la muerte de mi hermano y que quizás mi mente se inventó la
historia del monstruo para evadir la realidad de lo que pasó. Eso me llevó a
cuestionar mi propio juicio.
Como el
remordimiento me torturaba el alma, cuando tenía 18 años comencé a beber licor con
mucha frecuencia, y para evitarle disgustos a mi madre decidí marcharme de la
casa. Ella se puso muy triste cuando se lo dije e intentó disuadirme, pero yo ya
estaba decidido y en ese momento pensé sinceramente que era lo mejor que podía
hacer. Así es de que empaqué mi maleta y emprendí el viaje a tierras lejanas.
Viajé por varios
lugares. Perdí todo contacto con mi madre durante mucho tiempo. Debido al
alcoholismo no lograba establecerme en ninguna parte. Vivía solo. Tenía una
vida desordenada y siempre conseguía trabajos temporales. Mantenía
constantemente nervioso. No había ni un solo día de mi vida que no recordara a
mi hermano y me torturaba la cabeza pensando qué fue lo que realmente sucedió
esa tarde.
Al pasar los
años me enteré de que mi madre ya no quiso volver a tener hijos y debido a eso
su esposo la abandonó. Un día, después de pensarlo durante mucho tiempo, me
animé y decidí ir a visitarla. Desgraciadamente cuando llegué al lugar donde
vivía y pregunté por ella, unas personas que estaban allí me dijeron que se
había enfermado gravemente y que estaba hospitalizada hacía ya muchos días. De
manera que Inmediatamente me dirigí al hospital.
Cuando llegué
al hospital hablé con un médico quien me atendió y se ofreció amablemente
acompañarme para guiarme al cuarto donde ella estaba. Mientras caminábamos me
explicó que su enfermedad estaba demasiado avanzada y que podría morir en
cualquier momento. Eso me dejó devastado. También me dijo que ya no había nada
que hacer.
Me llevó a
través de un pasillo donde había muchas camillas. Más adelante encontramos a una
enfermera empujando una silla de ruedas con un paciente paralítico. El médico
me dijo que era por allí. Me acompaño hasta la entrada, me indicó cuál era su
cama y se marchó.
Entré y me
acerqué al lecho donde estaba mi mamá. Se veía ya muy demacrada. Pensé que
estaba inconsciente, pero apenas le hablé abrió los ojos, me tomó de la mano y
me dijo “Hijo, te he extrañado mucho.” Noté que tenía dificultades para
respirar y apenas si podía hablar. Yo no supe que decirle. Entonces continuó
diciéndome: “Sé muy bien que estoy a punto de a morir, pero antes de irme
quiero decirte algo muy importante. A pesar de todo yo siempre te he amado… sin
embargo, tienes que saber la verdad. Ni tu padre murió en un accidente ni a tu
hermano lo mató un oso”.
Yo estaba
totalmente desconcertado al oír esas palabras y pensé que estaba delirando. En
ese momento se puso muy pálida, se agitó mucho y las pupilas de sus ojos se
dilataron. Quise salir a pedir ayuda para que la atendieran, pero ella me
apretó fuertemente la mano y me detuvo. Se quedó mirándome fijamente y con su
último aliento, justo antes de morir, me dijo: “Recuerda siempre quien eres,
Juan”.
FIN
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